Particularmente, Leonard Cohen, como músico, en un principio no me entusiasmaba en lo más mínimo. Le dí bastantes oportunidades, he escuchado sus discos en diferentes momentos emocionales y en diferentes contextos para ver si llegaba a entender su música, pero todos los intentos fueron en vano. Escucharlo a Cohen causaba el mismo efecto que una canción de cuna para dormir. No me llegaba, no me causaba ninguna sensación, no lograba entender su mensaje y mucho menos lograba entenderlo a él.
Debo decir que con la música soy obsesiva. Me gusta cerrar los ojos y adentrarme en los temas, desarmándolos, escuchando cada instrumento por separado, escuchando las letras meticulosamente, tratando de entender porque esa nota o ese instrumento entra en esa parte de la canción y no en otra. Me gusta saborear la música.
Lloré escuchando “To love somebody” de Janis Joplin, tuve un alto descargo de adrenalina escuchando “In the Flesh” de Pink Floyd, he logrado llegar a un punto increíble de relajación escuchando “Wondering around” de Jethro Tull…
Soy partidaria de una teoría un tanto extraña: Si se cierran los ojos y se escucha no sólo con los oídos sino también con el alma o con algo un tanto extrasensorial -momento cursi-, podemos ver la música de manera personificada, con vida propia, con voz propia, con olor propio e incluso con colores propios. Si el acto de escuchar música va más allá de apretar el botón play del equipo (esto que decía antes de escuchar no solo con los oídos) se logra ver a la música con una identidad, tal vez con un nombre y apellido o una dirección. La música se vuelve carne y con ella nos hacemos uno. Ella nos deja ver como son las otras personas y entenderlas casi en su totalidad, es decir, nos hace entender por que esa persona es así y no de otra manera.
Me fui por las ramas. Retomo el tema principal. Leonard Cohen.
Si hace dos meses algún melómano suelto por ahí me preguntaba que si me gustaba la música de Cohen, hubiese recibido como respuesta un no rotundo.
Hace un mes me agarró una crisis literaria. No sabía que leer, todos los libros que agarraba me resultaban chatos, monótonos, no interesantes y no me llenaban en absoluto. En medio de mi desesperación le pregunté a una amiga, un tanto rata de biblioteca como yo, que si podía recomendarme algún libro “Luli Style” que pudiese anestesiarme un poco. Le dije que quería algo bizarro, algo que no haya leído nunca.
Así fue como me trajo el libro que ella estaba leyendo en ese momento: “El juego favorito”. Lo abrió en una página determinada y me dijo con voz de mandona “lee”.
Yo estaba en una especie de negación mental, no quería leerlo a Cohen. Si la música de Cohen me aburría, no quería imaginarme lo que iba a ser leer el libro.
Investigué un poco, leí bastantes fragmentos, e incluso llegué a leer una crítica en la que decía que el libro en cuestión era la versión adulta de “The Catcher in the Rye”, de Salinger (libro que me marcó sorprendentemente) y esto último fue lo que hizo que tomara una decisión. Me lo compré.
“El Juego Favorito” fue la novela que le regaló a Cohen el Premio Nobel que seguramente tiene en alguna repisa de su casa.
Antes no hubiese pagado ni dos pesos para verlo tocar a Cohen y tampoco hubiese gastado capacidad del Ipod para incluir temas suyos en él. El libro logró hacer lo que yo nunca logré hacer por mi cuenta: Abrirme las puertas al mundo Cohen.
Tengo que decir que como escritor me sorprendió muchísimo.
El libro es un calco de su personalidad. El personaje Breavman es Cohen.
La historia cuenta de un adolescente canadiense –de Montreal, lugar de nacimiento del autor- que empieza a descubrir el mundo de los adultos. Breavman se cree el mejor poeta del mundo, el mejor músico, el mejor amante.
La novela no lleva a nada, es decir, la historia no tiene ningún otro fin más que desnudar y descubrir a Cohen. El hilo conductor es Breavman y sus mujeres descritas de manera poética e incluso cinematográficamente. Nos encontramos con un Cohen-Breavman precoz, creído. Breavman y las mujeres, las mujeres y Breavman, no salimos de eso. El tema sexualidad está tan presente que incluso el escritor nos presenta al personaje como una maniático sexopata.
El libro es, en pocas palabras, un reflejo fiel no solo de Cohen sino también de su música. Recién al terminarlo pude comprender, desarmar, analizar y degustar su música.
Definitivamente el libro y su música tienen una relación estrecha. Las letras de Cohen hablan de religión, sociedad y específicamente las relaciones entre las personas. Hace hincapié en las relaciones con las mujeres que tuvo a lo largo de su vida y también remarca el tema sexo como un componente básico en cada una de ellas. No le da una connotación despectiva, todo lo contrario, lo toma como una gran experiencia de vida que lo hace crecer.
Escuche un tema llamado “Chelsea Hotel” que está tocado solo en guitarra y nos deleita la característica voz grave de Cohen. Esta canción está dedicada, ni nada mas ni nada menos, que a Janis Joplin –si, si, a Luli se le escapó una lagrimita, los que me conocen a fondo saben por que-. En este tema habla de un día que pasó con la cantante de blues en un hotel. La situación que describe podría incluirse y ser parte del libro tranquilamente, ya que la canción encaja perfectamente con el patrón del libro. Transmite los mismos sentimientos, te da la misma sensación.
Ahora de a poco estoy entendiendo a Cohen un poco más. Pude acercarme un poco más a él de otra manera a la que no estaba acostumbrada.
Otra cosa relevante –y última- para agregar es que cabe destacar que los músicos que se dedican a escribir novelas o cualquier otro género literario, no terminan por destacarse en esta tarea. Vuelan y deliran tanto que por mas buena que sea la idea, termina siendo solamente un delirio malo –al igual que pasa en el cine-. Cohen logra demostrar tanto a los lectores como a los oyentes –aunque específicamente a los lectores- que él como músico puede ser un sobresaliente escritor. Algo antagónico al resto de los intentos literarios de otros músicos.
Si leyeron The Catcher in the Rye de Salinger y les gustó, o les gusta Cohen, o simplemente quieren leer algo diferente, denle una oportunidad.
Lucianne
Debo decir que con la música soy obsesiva. Me gusta cerrar los ojos y adentrarme en los temas, desarmándolos, escuchando cada instrumento por separado, escuchando las letras meticulosamente, tratando de entender porque esa nota o ese instrumento entra en esa parte de la canción y no en otra. Me gusta saborear la música.
Lloré escuchando “To love somebody” de Janis Joplin, tuve un alto descargo de adrenalina escuchando “In the Flesh” de Pink Floyd, he logrado llegar a un punto increíble de relajación escuchando “Wondering around” de Jethro Tull…
Soy partidaria de una teoría un tanto extraña: Si se cierran los ojos y se escucha no sólo con los oídos sino también con el alma o con algo un tanto extrasensorial -momento cursi-, podemos ver la música de manera personificada, con vida propia, con voz propia, con olor propio e incluso con colores propios. Si el acto de escuchar música va más allá de apretar el botón play del equipo (esto que decía antes de escuchar no solo con los oídos) se logra ver a la música con una identidad, tal vez con un nombre y apellido o una dirección. La música se vuelve carne y con ella nos hacemos uno. Ella nos deja ver como son las otras personas y entenderlas casi en su totalidad, es decir, nos hace entender por que esa persona es así y no de otra manera.
Me fui por las ramas. Retomo el tema principal. Leonard Cohen.
Si hace dos meses algún melómano suelto por ahí me preguntaba que si me gustaba la música de Cohen, hubiese recibido como respuesta un no rotundo.
Hace un mes me agarró una crisis literaria. No sabía que leer, todos los libros que agarraba me resultaban chatos, monótonos, no interesantes y no me llenaban en absoluto. En medio de mi desesperación le pregunté a una amiga, un tanto rata de biblioteca como yo, que si podía recomendarme algún libro “Luli Style” que pudiese anestesiarme un poco. Le dije que quería algo bizarro, algo que no haya leído nunca.
Así fue como me trajo el libro que ella estaba leyendo en ese momento: “El juego favorito”. Lo abrió en una página determinada y me dijo con voz de mandona “lee”.
Yo estaba en una especie de negación mental, no quería leerlo a Cohen. Si la música de Cohen me aburría, no quería imaginarme lo que iba a ser leer el libro.
Investigué un poco, leí bastantes fragmentos, e incluso llegué a leer una crítica en la que decía que el libro en cuestión era la versión adulta de “The Catcher in the Rye”, de Salinger (libro que me marcó sorprendentemente) y esto último fue lo que hizo que tomara una decisión. Me lo compré.
“El Juego Favorito” fue la novela que le regaló a Cohen el Premio Nobel que seguramente tiene en alguna repisa de su casa.
Antes no hubiese pagado ni dos pesos para verlo tocar a Cohen y tampoco hubiese gastado capacidad del Ipod para incluir temas suyos en él. El libro logró hacer lo que yo nunca logré hacer por mi cuenta: Abrirme las puertas al mundo Cohen.
Tengo que decir que como escritor me sorprendió muchísimo.
El libro es un calco de su personalidad. El personaje Breavman es Cohen.
La historia cuenta de un adolescente canadiense –de Montreal, lugar de nacimiento del autor- que empieza a descubrir el mundo de los adultos. Breavman se cree el mejor poeta del mundo, el mejor músico, el mejor amante.
La novela no lleva a nada, es decir, la historia no tiene ningún otro fin más que desnudar y descubrir a Cohen. El hilo conductor es Breavman y sus mujeres descritas de manera poética e incluso cinematográficamente. Nos encontramos con un Cohen-Breavman precoz, creído. Breavman y las mujeres, las mujeres y Breavman, no salimos de eso. El tema sexualidad está tan presente que incluso el escritor nos presenta al personaje como una maniático sexopata.
El libro es, en pocas palabras, un reflejo fiel no solo de Cohen sino también de su música. Recién al terminarlo pude comprender, desarmar, analizar y degustar su música.
Definitivamente el libro y su música tienen una relación estrecha. Las letras de Cohen hablan de religión, sociedad y específicamente las relaciones entre las personas. Hace hincapié en las relaciones con las mujeres que tuvo a lo largo de su vida y también remarca el tema sexo como un componente básico en cada una de ellas. No le da una connotación despectiva, todo lo contrario, lo toma como una gran experiencia de vida que lo hace crecer.
Escuche un tema llamado “Chelsea Hotel” que está tocado solo en guitarra y nos deleita la característica voz grave de Cohen. Esta canción está dedicada, ni nada mas ni nada menos, que a Janis Joplin –si, si, a Luli se le escapó una lagrimita, los que me conocen a fondo saben por que-. En este tema habla de un día que pasó con la cantante de blues en un hotel. La situación que describe podría incluirse y ser parte del libro tranquilamente, ya que la canción encaja perfectamente con el patrón del libro. Transmite los mismos sentimientos, te da la misma sensación.
Ahora de a poco estoy entendiendo a Cohen un poco más. Pude acercarme un poco más a él de otra manera a la que no estaba acostumbrada.
Otra cosa relevante –y última- para agregar es que cabe destacar que los músicos que se dedican a escribir novelas o cualquier otro género literario, no terminan por destacarse en esta tarea. Vuelan y deliran tanto que por mas buena que sea la idea, termina siendo solamente un delirio malo –al igual que pasa en el cine-. Cohen logra demostrar tanto a los lectores como a los oyentes –aunque específicamente a los lectores- que él como músico puede ser un sobresaliente escritor. Algo antagónico al resto de los intentos literarios de otros músicos.
Si leyeron The Catcher in the Rye de Salinger y les gustó, o les gusta Cohen, o simplemente quieren leer algo diferente, denle una oportunidad.
Lucianne
yey!!!
ResponderEliminaryo soy la rata =P
me algegro que te haya gustado el librito
y que te abrieras a conocer un poquito mejor a un viejo enemigo (?)
I strongly believe in second chances, don't you?
=)
amore, te seguire por aqui
stay in touch!!!
muaa
love you
gracias por la recomendacion!!
ResponderEliminarme agrada tu blog u.u